Por Victor Hugo Bogarin
El encuentro correspondía al Grupo 3 de la fase inicial del torneo y enfrentaba al Decano con Boca Juniors, en el duelo de vuelta de la serie.
Aquella noche, Boca se impuso por 5 a 3 en un encuentro cargado de emociones, con goles, polémica y entrega. Pese al resultado adverso, Olimpia demostró carácter en uno de los escenarios más emblemáticos del continente. Era apenas la cuarta edición del certamen, y el Franjeado ya era un habitué de la competencia, habiendo sido finalista en 1960 cuando el torneo apenas comenzaba a forjar su leyenda.
Pero La Bombonera no quedó solo como recuerdo de una derrota. Años más tarde, el 27 de julio de 1979, ese mismo estadio se transformaría en un símbolo de gloria eterna para Olimpia. Aquella noche, el equipo dirigido por Luis Cubilla empató sin goles ante Boca Juniors y se consagró campeón de América por primera vez, luego de haber ganado 2-0 en el partido de ida disputado en Asunción. Con ese resultado global, el Decano levantó la Copa Libertadores en suelo argentino, ante el silencio atónito de una Bombonera repleta.
Aquella conquista fue más que un título: fue la confirmación de un linaje copero que Olimpia seguiría agrandando con el paso de las décadas. La historia del club se nutre de gestas como esa, donde la camiseta se impuso al contexto, y el espíritu de lucha fue más fuerte que cualquier obstáculo.
Hoy, en un presente desafiante, alejado de los primeros planos y golpeado por crisis institucionales y deportivas, vale recordar que este club supo reinventarse una y otra vez. Desde el barro y la adversidad, Olimpia construyó su grandeza. Y así como en 1963 fue a dar pelea a La Bombonera, y en 1979 volvió para alzar la gloria, también ahora puede encontrar el camino de regreso.
Porque la historia no se borra. Y el que tiene historia, siempre tiene futuro.