Los deportes comparten perfiles y elementos comunes aún en la diferencia de ser individuales o colectivos; espíritu de superación, disciplina, determinación, técnica y la dosis de talento innato genético y actitudinal.
En el caso del golf, como deporte individual es notorio como señala con prístina claridad al fútbol el camino a seguir. Este último ha tocado un estadio de desarrollo de rendimiento físico altísimo en ligas europeas. Sin embargo, el factor mente-cuerpo que exige el golf es la próxima etapa a desarrollar en el fútbol.
La coordinación neuromotriz que despliegan los golfistas de élite es notable; la consistencia y autocontrol mental es la marca y virtud de los mejores de ellos. No es extraño ver al inicio de cada hoyo, la mirada perdida en el horizonte de Tiger Woods paseando en su cabeza la imagen del destino exacto de ese golpe. Se juega en el silencio, que es el ambiente por excelencia de la creación. El movimiento perfecto del cuerpo es una cosa dada. La cuantiosa repetición ya las archivaron las billones de neuronas para la destreza de ese instante. Esta coordinación fina no sería posible sin el foco mental casi yogico, adelantándose a la materialización de su intención. La prolongada imaginación de su estrategia, manejo del escenario y precisión del golpe ha sido provocado y es producto del fluir en los momentos definitorios cercanos a la bandera del hoyo. Es que el cuerpo obedece y sigue a la mente como en cualquier otra actividad. La mente ordena, el cuerpo obedece.
En otro escenario (futbolístico) las distracciones son múltiples, hay fricciones propios de esta especialidad. En la mayoría de casos, los jugadores no conocen los beneficios de la concentración; observamos largos pasajes en que jugadores se ausentan del partido y, los lapsos de distracción individual y grupal lesionan sus mejores intenciones y aptitudes futbolísticas. Los jugadores se descontrolan; imprecan y hasta se ofuscan con ellos mismos, con sus compañeros, el árbitro y hasta con el público. Son esclavos de sus emociones. En laureados equipos europeos al contrario, se observa una intensidad física y mental. Y en ese fragor permanecen agazapados para aprovechar el par de opciones de gol que otorga el rival y ahí súbito salta el genio fluyente para el zarpazo letal.
El futuro no lejano del fútbol será irrumpido con ciencia y tecnologías aplicadas al enorme potencial inexplotado de la mente humana. Veríamos vestuarios silenciosos con atletas meditando y editando las jugadas acordadas; con las pulsaciones cardiacas bajas y generando una energía grupal coherente y protegida así de un estadio repleto y bullicioso de pensamientos y emociones dispersas de miles de espectadores.
Los dirigentes también deber conocer estas sutilezas de los tiempos actuales y crear las condiciones estructurales para adentrar a los atletas y técnicos en ese sesgo poderoso.
Démosle la bienvenida a la mente superior al fútbol. Nos regalará una nueva dimensión en este hermoso deporte.