El último de los Grand Slam que no tiene una pista cubierta ha tenido que batallar con permisos oficiales y con la oposición de los vecinos para poder finalmente afrontar las obras de ampliación y mejora de sus instalaciones.
El punto álgido de las mismas es la profunda reforma de la central, la pista Philippe Chatrier, para dotar al estadio, con capacidad para 15.000 espectadores, de un techo que no obligue a suspender toda la jornada en caso de lluvia.
También está previsto que se reformen sus gradas y los accesos de la pista central para ofrecer un mayor confort.
Además, la ampliación incluye la suspensión de la actual pista 1, conocida por su aspecto como la “plaza de toros”, y la construcción de una adyacente en el espacio de los jardines de invernaderos, con capacidad para 5.000 espectadores, que deberá estar acabada en 2019.
Esta parte de las obras ha sido la más polémica, puesto que en su proyecto original preveía el uso para el torneo de los históricos invernaderos, lo que provocó la oposición de los vecinos y de los ecologistas.
Tras años de contenciosos y de procesos judiciales, la Federación Francesa de Tenis debió revisar sus planos para proteger esa zona, lo que ha obligado a unir al nuevo estadio a través de un pasillo verde que jalona los invernaderos.
La reforma incluye también la construcción de una zona de competición al este del complejo, donde además habrá una pista subterránea para 2.200 espectadores pensada para los entrenamientos.
La pista Suzanne Lenglen, la segunda más grande, no sufrirá cambios y seguirá acogiendo 10.000 espectadores.
En total, el nuevo complejo de Roland Garros contará con 11,16 hectáreas en periodos de competición, que podrán acoger un máximo de 40.000 espectadores, 2.500 más que actualmente.
Las obras generarán 600 puestos de trabajo anuales hasta 2020 y la inversión total asciende a 350 millones de euros.
El torneo, que genera 289 millones de euros al año, financiará el 95 % de las obras. EFE