Tan sólo unos 500 hinchas, 250 invitados especiales por cada equipo, así como unas 4.000 personas, entre periodistas y equipos técnicos y organizadores, tuvieron acceso al legendario estadio de Río de Janeiro, y todos tuvieron que presentar la respectiva credencial, para lo que era necesario contar con un examen de los últimos cinco días demostrando no estar con covid-19.
Entre los invitados, algunas personalidades y exdeportistas famosos de cada club, como el delantero Pepé, compañero de Pelé en el Santos de la década de 1960, y el varias veces medallista panamericano de tenis de mesa Hugo Hoyama, del Palmeiras.
Pero los hinchas del Santos y Palmeiras sin credencial no quisieron perderse la fiesta y acudieron tanto a los hoteles de las delegaciones como al estadio para saludar a los equipos a su salida y a la llegada.
Por ello, una pequeña multitud despidió al Santos en el hotel en que estaba alojado, en el acomodado barrio de Barra de Tijuca, cuando el autobús de la delegación partió rumbo al Maracaná.
El grupo de hinchas aplaudió y aclamó principalmente al técnico Cuca y a los delanteros Marinho y el venezolano Yeferson Soteldo, esperanzas de gol del equipo.
Otro pequeño grupo de hinchas también se aglomeró frente al hotel en que estaba el Palmeiras, algunos sin máscara, para despedir al equipo en su partida rumbo al estadio.
Y en los alrededores de un Maracaná también fue posible ver grupos de hinchas esperando el paso de los autobuses o aglomerados en la puerta de entrada de vehículos al estadio, casi todos vistiendo las camisas verdes (Palmeiras) o blancas (Santos) que distinguen a sus respectivos equipos.
Ni la decisión de la dirección de la Policía Militarizada de desplegar 550 agentes para garantizar la seguridad en las afueras del estadio ni el bloqueo de todas las vías aledañas al estadio ahuyentaron a los hinchas que querían apoyar a sus clubes antes del partido decisivo.
Pese a la insistencia de los aficionados, algunos de los cuales llegaron a Río de Janeiro en los últimos días procedentes de Sao Paulo o de Santos, el ambiente en las afueras del Maracaná era totalmente inédito para un día de partido decisivo.
Sin embotellamientos de tránsito ni aglomeraciones en la estación del metro que da acceso al estadio ni a la famosa rampa por la que los aficionados desfilan en los días del partido, los alrededores del estadio vivieron un inusual silencio.
Para hinchas como Emerson Raphael, de 27 años y procedente de la ciudad paulista de Araraquara, el amor por el Santos es superior a cualquier cosa, incluso la prohibición del público en el estadio o la pandemia.
“Vine de autobús a Río para estar la lado del equipo y cuando comience (el partido) voy a buscar un lugar donde pueda asistir (por tv). Estoy teniendo cuidado y usando máscara, pero el amor al club es mayor que cualquier cosa”, dijo a Efe frente a uno de los portones del estadio.
La palmeirense Gisele de Paula, una secretaria de 32 años procedente de Cornelio Procopio, admite que está con temor de las aglomeraciones pero que decidió acompañar a su novio que quería apoyar al Verde en la entrada al Maracaná.
“Estábamos trabajando en Sao Paulo y decidimos venir a la final de la Libertadores. Estoy con temor hasta ahora (de aglomeraciones), pero tenemos reservas de alcohol y máscaras. Vinimos a dar una mirada y después vamos a buscar un lugar para asistir”, dijo.
Por el contrario, Caio Vieria, un incondicional del Santos de 32 años, el equipo está por encima de la pandemia.
“Quería estar adentro (del estado), no pude y no conseguí. Estoy aquí fuera con ansiedad a mil. Ya tenía todo planeado (el viaje a Río) antes del partido de semifinal con Boca Juniors. No me importa (la pandemia) porque soy santista y desde pequeño siempre acompañé al equipo”, afirmó.
Casi un año después de la llegada de la pandemia a Brasil, la final de la Libertadores fue totalmente inédita pese a disputarse en el mayor templo del fútbol brasileño y con dos finalistas nacionales.
Ello porque fue una final sin aglomeraciones multitudinarias de hinchas, sin abrazos, con tapabocas y con un público minúsculo para un estadio con capacidad para 79.000 espectadores.
El torneo de clubes más prestigioso del llega este sábado a su fin tras una edición atípica marcada por la pandemia, que sigue causando estragos en Brasil y el resto de América.
Los dos finalistas han sufrido de cerca la covid-19 con brotes importantes en sus plantillas a lo largo de la temporada.
Desde 2006 dos clubes brasileños no se encontraban en una final de Libertadores. Entonces, Internacional sumó su primer título a costa del Sao Paulo. Esta vez miden sus fuerzas Santos, que persigue su cuarta corona, y Palmeiras, que cuenta con la Libertadores que conquistó en 1999.