En el Reino Unido aún se añora el talento de Laura Robson, la última tenista británica menor de 20 años que alcanzó los octavos de final en Nueva York. Medallista en unos Juegos Olímpicos y sucesora espiritual de Virginia Wade, Robson, que cuenta ahora con 27 años, nunca pudo colmar las expectativas de un país que, ante la cada vez más cercana marcha de Andy Murray, está sedienta de heroínas y por eso ahora posa su mirada sobre la estrella Emma Raducanu.
Esta chica de apenas 18 años se ha convertido en la tenista más joven en alcanzar las semifinales del Abierto de Estados Unidos, desde Maria Sharapova en 2005, y en la primera debutante en lograrlo desde Venus Williams en 1997. Aún no ha perdido un set en todo el torneo, contando la fase previa, que tuvo que disputar al ser la 150 del mundo, y es la jugadora que menos juegos necesitó para plantarse en cuartos desde Serena Williams en 2013.
Sus números hacen levantarse de sus asientos a todo el mundo del tenis, acostumbrado, sobre todo en el circuito femenino, a las estrellas fugaces, aquellas que aparecen en un torneo para nunca asentarse. Así saltó a la fama Raducanu, con unos octavos de final de Wimbledon que sacaron a esta chica, ubicada en el puesto 338 del ránking por entonces, del ostracismo. A la salida de un entrenamiento en el All England Club este año apenas le acompañaban dos escoltas y nadie le intentaba parar para sacarle un autógrafo. Esa imagen ya no se va a volver a repetir, porque para el Reino Unido ya es una estrella.
Sus semifinales en Nueva York le colocan como la mejor raqueta británica, por encima de Johanna Konta, otra tenista que siempre apuntó más de lo que fue y que, como a Robson, las lesiones han torturado.
“Con cada partido estoy mejorando”, apunta una jugadora que no compitió entre enero de 2020 y junio de este año por el impacto de la pandemia y para preparar sus exámenes de acceso a la universidad. Especializada en matemáticas y economía, los sacó adelante con dieces, como su participación en Wimbledon, cercenada por unos problemas respiratorios que no hicieron otra cosa que convertirla en la más querida del público inglés.
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De forma sorprendente, Raducanu, tras el mayor éxito de su carrera, prescindió entonces de Nigel Sears, su entrenador y padre de Kim Sears (mujer de Andy Murray), para comenzar a trabajar con Andrew Richardson, un exjugador británico con el que ya coincidió en el Bromley Tennis Centre, la que fue su escuela en Londres hasta hace dos años.
Los resultados, lejos de empeorar, han mejorado bajo la tutela de Richardson y esta chica, de madre china y padre rumano y nacida en Canadá, ya es la estrella que el Reino Unido añoraba y que perdió cuando Robson comenzó a sentir molestias en la muñeca en 2013.
“Emma es una persona muy dedicada. Una vez que gana un partido, ya está pensando en el siguiente. Creo que podemos ser muy optimistas sobre lo que se viene”, dijo Ian Bates, jefe del tenis femenino en la Federación inglesa, a Sky.
En uno de los mejores US Open de los últimos años, Raducanu es una de las tres adolescentes en haber brillado con luz propia. Junto al español Carlos Alcaraz, eliminado en cuartos, y la canadiense Leylah Fernandez, semifinalista, compone el núcleo de jóvenes que han eclosionado en Nueva York y en los que todo el mundo se fija, en el primer torneo en décadas que ya no ha contado con tres leyendas como Serena, Roger Federer y Rafael Nadal.
Y mientras el circuito los denomina ya la “NextNextGen”, el Reino Unido se frota las manos con su nueva perla, la sucesora de Murray y Virginia Wade, la última británica en ganar un Grand Slam, en el ya lejano 1977. Ahora la esperanzas del país recaen sobre la joven Raducanu.