De repente sirenas de carros de bomberos rompen la tranquilidad de ese atardecer de 20 grados de temperatura a la par que decenas de policías, agentes con perros y artificieros ordenan el desalojo del avión y comienzan la tensa búsqueda de una supuesta bomba.
Minutos después una nube de periodistas llega hasta las cintas que delimitan el perímetro crítico en busca de algún testigo dispuesto a hablar de lo ocurrido.
De entre la multitud emerge un corpulento hombre de 1,80 metros y 100 kilos de peso acomodando su melena, revisando sus ropas y ensayando una pose para las cámaras.
Su relato fue cortísimo y a continuación, sin que nadie le preguntara, hizo un anuncio al margen: “Soy boxeador, me llamo Oscar ‘Ringo’ Bonavena y viajo a Nueva York como la nueva esperanza blanca para pelear en breve contra el campeón Sonny Liston, o el retador Joe Frazer, o un chico que apareció ahora, un tal Cassius Clay”.
El avión partió desde Buenos Aires hacia la medianoche tras confirmarse la falsedad de la llamada anónima. Nunca pudo aclararse la sospecha de que el autor había sido aquél muchacho de 21 años que al día siguiente apareció en los periódicos promocionando el comienzo en Estados Unidos de su carrera profesional en el boxeo.
Pudo haber sido en el fútbol, pero sus pies planos le impidieron corres desde chico, así que este deporte se privó de tener a un auténtico “peleador callejero”, de esos que van siempre de frente y no se arrugan ante la presión o la adversidad.
El Club Atlético Huracán, el de sus amores, perdió entonces la oportunidad de contar en la cancha con esa mole de músculos pero a cambio le ofreció su gimnasio, donde en 1956, cuanto tenía 14 años, comenzó a desviar su gusto hacia el boxeo y a entrenarse con la ilusión de emular las gestas de Rocky Marciano.
Tenía pinta de malo pero en ese cuerpo se escondía un niño travieso, irreverente, fanfarrón, que antes de subirse a los cuadriláteros peleó con el destino para ganarse la vida como repartidor de pizzas, ayudante de carnicería y albañil.
Oscar Natalio nació el 25 de septiembre de 1942 como el octavo de nueve hijos de Vicente Bonavena y Dominga Grillo.
Su despegue en el boxeo pudo frustrarse, como aquél vuelo a Nueva York, por culpa de la mordida en el pecho que propinó al estadounidense Lee Carr en el segundo asalto de un combate en Sao Paulo durante los Juegos Panamericanos de 1963.
El árbitro descalificó a Bonavena y la Federación Argentina de Boxeo le negó la licencia profesional por un año.
Emigrar a la meca del boxeo era la única opción que le quedaba.
En 1965, superada la sanción oficial, en plena forma física y con una cuidadosa programación de combates que le dieron cartel, volvió a Buenos Aires para enfrentar el 4 de septiembre al campeón argentino de los pesos pesados Gregorio ‘Goyo’ Peralta.
“¡Que me traigan a Peralta, que yo le arranco la cabeza!”, clamaba ‘el Ringo’ ante el estupor de la prensa y los aficionados, que no creían posible tamaña ofensa al ídolo.
‘El Ringo’ resolvió el combate antes del sexto asalto de una pelea que fue presenciada por unas 26.000 personas, y esa misma noche en el Luna Park comenzó la luna de miel eterna con sus compatriotas.
El 7 de diciembre de 1970, la profecía lanzada por él en Ezeiza se cumplió. Unas 20.000 personas llenaron el Madison Square Garden de Nueva York para presenciar la pelea con “el tal Cassius Clay”, que tras su conversión al islamismo, se llamaba Mohamed Ali.
A pesar de que las apuestas estaban 10 a 1 en contra del argentino, este no se amilanó, Públicamente llamó “gallina” a Ali por haberse negado ir a la guerra de Vietnam.
Bonavena, quien eligió apodarse ‘Ringo’ por el supuesto parecido que tenía con Star, el baterista de los Beatles, derribó con un golpe de izquierda a Ali en el séptimo asalto. La gloria pasó cerca del argentino, pero en el decimoquinto le dejó y cayó tres veces.
Sobre los escombros de la derrota, edificó su leyenda. Aunque nunca fue campeón, parecía andar con corona por el mundo. Fue temido y respetado por los sangrientos combates que planteó a Ali, Joe Frazier, Floyd Patterson y Jimmy Ellis.
Ganó 58 peleas, 44 de estas por la vía rápida. Empató una y perdió 9, casi todas contra campeones o excampeones mundiales.
La fama le sonrió, el dinero inundó su cuenta. Participó en tres películas e incluso, pese a su voz aflautada y desafinada, grabó la canción ‘Pío, Pío, Pá', que los expertos consideraron de dudosa calidad, pero el público acogió con entusiasmo.
Fue pionero en el ejercicio de la carrera de empresario al comprar a Vélez Sarsfield los derechos del futbolista Daniel Willington para llevarlo a su Huracán del alma.
Parecía Midas, pero calculó mal el plazo de validez de su suerte.
Confesó haber participado en combates amañados y los empresarios comenzaron a ignorarle. Para seguir sobre el ring tuvo que asociarse con mafiosos y así siguieron sus malos pasos.
Tenía 33 años cuando una disputa con el capo siciliano Joe Conforte, el 22 de mayo de 1976 frente a un prostíbulo en Renao, Nevada, terminó con seis disparos de escopeta en su cuerpo, uno de estos, directo a su corazón.
Unas 150.000 personas desfilaron frente al féretro en el estadio Luna Park, donde comenzó la historia de amor con sus compatriotas.
La tribuna de Huracán y una calle de Buenos Aires llevan su nombre. Incluso en Parque Patricios se erigió una estatua.
Y en esos lugares aún se escucha el eco de los gritos de sus seguidores que le adoraron, pese a sus extravagancias y acciones casi explosivas: “Somos del barrio / del barrio de la quema / somos del barrio del Ringo Bonavena”.