Por Óscar González - EFE
“El caballero del fútbol” hacía honor a su apelativo. Siempre diligente para explicarse en la cancha y fuera de ella, Escobar era un fino central, sobre el que se asentaba la “zona” con la que Francisco Maturana había asombrado al mundo.
“El sistema de Arrigo Sacchi pasado por el barniz del realismo mágico colombiano”. Así había sido bautizado el juego de Colombia en el Mundial de Italia 90, cuando la selección cafetera se convirtió en protagonista, pese a caer en octavos ante Camerún por un error del meta René Higuita cuando trataba de regatear a Roger Milla en el centro del campo.
Cuatro años después, ese sistema no sólo había madurado con la incorporación de jugadores determinantes como Faustino Asprilla, sino que se había vuelto ganador. Capaz de humillar a Argentina en el estadio Monumental (0-5) en unas eliminatorias triunfales.
Aquel 3 de septiembre de 1993, en medio del ambiente de euforia, tras ser ovacionados por la propia afición argentina, Hernán “Bolillo” Gómez, entonces segundo entrenador, ya advirtió a Maturana lo que se les venía encima. “Pacho, la cagamos. Ahora tendremos que ganar la Copa del Mundo”.
Porque, en una Colombia atenazada por la violencia, protagonista de los informativos de todo el mundo por sus problemas con el narcotráfico, la selección era la principal fuente de orgullo en el país. A la generación de oro del fútbol colombiano se le exigía, ahora, ser protagonista en el Mundial de Estados Unidos.
“El hecho de que se nos diese por campeones del Mundo antes de jugar nos perjudicó, porque toda la prensa y la afición tenía mucha confianza y eso generaba presión, porque en el fútbol todo puede pasar, como se ha demostrado”. El propio Andrés Escobar explicaba de esa forma, un día después de marcarse el fatal autogol ante Estados Unidos, cuál era la situación que respiraba el equipo de Maturana en ese Mundial.
Colombia vivió en un clima de locura aquel verano californiano en el que todo parecía irreal. Su selección era recibida como la gran favorita, a escasos kilómetros de donde se entrenaba -la Universidad de California State- se vivía la persecución por la autopista de la policía a O.J. Simpson y en la concentración en Fullerton, a 26 kilómetros de Los Ángeles, hubo de todo menos concentración, con aficionados y prensa deambulando a sus anchas por el hotel.
Nadie contaba con perder y, por eso, la derrota contra Rumanía en el primer partido (3-1) fue vista como una catástrofe que sumergió al equipo de Maturana en una espiral de locura. Aún quedaban dos partidos para enmendar el revés, pero todo eran malos presagios.
Dos días después de la derrota frente a los rumanos, el “Chonto” Herrera, lateral derecho y uno de los jugadores más queridos, se enteraba del fallecimiento de su hermano en un accidente de tráfico:
Desde Colombia llegaban rumores -luego desmentidos- de la muerte de René Higuita, que tan sólo se había retrasado al incorporarse al entrenamiento de su equipo: Y la víspera del enfrentamiento contra Estados Unidos, Maturana descubría, al encender la televisión de su habitación, un mensaje con amenazas de muerte a la familia de “Barrabás” Gómez, el centrocampista hermano del “Bolillo” Gómez, si era alineado ante los norteamericanos. Para poder poner ese mensaje, tenían que haber accedido a las oficinas del hotel.
“Barrabás” decidió retirarse sin esperar siquiera al encuentro y los jugadores colombianos ingresaron al Rose Bowl de Pasadena en estado de “shock”.
Tampoco la suerte los acompañó. Con 0-0, un centro de Herman Gaviria, despejado contra su meta por Mike Sorber envió el balón al poste y el posterior remate de Anthony de Avila lo sacó sobre la línea de gol Marcelo Balboa.
Luego, en el minuto 35, llegó la jugada desgraciada. Sorber centró desde la izquierda y, en un intento por evitar que el balón llegase al centro del área, Andrés Escobar se lanzó con las dos piernas y lo introdujo en su meta. Quedaba casi una hora de partido, pero la selección colombiana ya no supo reaccionar, encajó otro gol de Earnie Stewart al comienzo del segundo tiempo, y el descuento logrado por el “Tren” Valencia no alivió la desilusión de un equipo que se sintió eliminado antes de tiempo.
Un día después, Escobar quiso hacer autocrítica en rueda de prensa. “No he podido dormir hoy bien, pero no sólo por el gol, porque es una jugada desafortunada que no se puede prever, que no esperas que te pueda dejar fuera del Mundial, sino por lo que le pasó al equipo”.
Colombia ganaría su tercer partido, 2-0 ante Suiza, pero no se despojaría de la sensación fracaso. Parecía un fin de ciclo, con Maturana de camino al Atlético de Madrid y Valderrama en la cuesta abajo de su carrera.
Escobar, que era observado como el enlace entre la generación que estaba en retirada y la emergente, ofreció explicaciones en un artículo en El Tiempo, con el que quiso enviar un mensaje de esperanza. El defensa se encontraba en un momento importante de su vida. “Vamos a adelantar la boda porque vamos para Italia”, le había dicho a su novia, Pamela Cascardo, al llegar a Medellín. El motivo era que el Milán había pensado en él para sustituir al veterano Franco Baresi.
Pero todo se truncó la madrugada del 2 de julio de 1994, cuando en el aparcamiento del restaurante El Indio, Humberto Muñoz Castro, chófer de los narcotraficantes David y Santiago Gallón Henao, vació el cargador de su pistola contra Andrés Escobar.
Pese a que investigaciones posteriores vincularon el homicidio con la mafia de las apuestas, la muerte de Escobar se juzgó como el fatal desenlace de una discusión en el aparcamiento, en el que se le habría recriminado el autogol. Muñoz Castro fue condenado a 43 años de prisión, rebajados posteriormente a 23. Abandonó la cárcel en octubre de 2005. Los hermanos Gallón Henao, acusados de encubrimiento, quedaron en libertad a los pocos meses de entrar en prisión.
La serie “Narcos” y la captura en Cúcuta de Juan Santiago Gallón, en enero, ha devuelto recientemente a la actualidad aquella época y la figura de Andrés Escobar, aún añorado en una selección que dejó libre su número 2 durante tres años, hasta que la CONMEBOL le obligó a utilizarlo en la Copa América de Bolivia.
Casi un cuarto de siglo después, la tremenda frase con la que cerraba el artículo escrito en el diario El Tiempo, ha cambiado de significado. “Hasta pronto, porque la vida no termina aquí". Efectivamente, el recuerdo de Andrés Escobar sigue vivo. EFE