De los 37 complejos deportivos de Tokio 2020, una veintena de ellos se encuentran en la bahía, una extensión de islas artificiales que alberga oficinas, fábricas, almacenes, centros comerciales, áreas de entretenimiento y amplias zonas verdes.
Como nexo de unión entre la ciudad y las islas artificiales tokiotas, el proyecto nipón pretende convertir a la Villa Olímpica en un centro de operaciones en el caso de ser elegida el próximo 7 de septiembre en Buenos Aires por delante de Madrid y Estambul.
La Villa Olímpica se construirá sobre una superficie de 44 hectáreas dentro de la isla de Harumi, una de las más próximas a la ciudad, en un entramado de calles prácticamente vacías y en el que la maleza crece salvaje, en contraste con la meticulosidad de los cuidados jardines y parques del resto de la ciudad.
Este brazo de mar en el que construirán el complejo, propiedad del Gobierno Metropolitano de Tokio y que ahora se usa exclusivamente para lanzar los fuegos artificiales durante el festival estival anual que se celebra en la bahía, permanece precintado a la espera de conocer si la capital nipona acogerá los Juegos.
La futura Villa Olímpica, formada por edificios de diseño futurista y amplias zonas verdes, alojará a 17.000 atletas y tendrá un coste aproximado de 105.700 millones de yenes (814 millones de yenes).
Esta sede para deportistas, 1,3 veces mayor que la mostrada en su anterior candidatura para 2016, pretende ser además un legado para los tokiotas, ya que tras los Juegos se planea transformar en viviendas con las que espera recuperar parte de la inversión.
El complejo estaría además perfectamente comunicado con el resto de la bahía y con el centro de la ciudad a través de redes de servicios adicionales de autobuses, mientras que para facilitar el traslado de los atletas durante las competiciones, se liberarán de tráfico las principales arterias para evitar atascos.
Otro de los proyectos faraónicos de la candidatura nipona será la remodelación de su histórico estadio olímpico, principal reclamo durante los Juegos de Tokio 1964, que será demolido por completo el próximo año para dar paso a un coliseo de techo retráctil, formas caprichosas y capacidad para 80.000 personas.
El nuevo estadio, diseñado por la angloiraní Zaha Hadid, tendrá un coste cercano a los 130.000 millones de yenes (1.000 millones de euros) y se espera esté terminado en marzo de 2019, de cara a albergar la Copa del Mundo de Rugby ese mismo año.
En ese radio de 8 kilómetros entre el Estadio Olímpico y las sedes de la bahía, los atletas contarán con el 85 por ciento de los recintos olímpicos y las principales localizaciones turísticas de la ciudad, en un proyecto que definen como “ultracompacto”.
A falta de algo más de un mes para que el Comité Olímpico Internacional (COI) elija la ciudad que acogerá los Juegos de 2020, Tokio se muestra optimista después de haber recibido una valoración mejor de la esperada por parte del COI y haber mejorado los puntos débiles que les llevaron a ser descartada en 2016.
“No puedo comparar con otras ciudades, pero la ventaja de Tokio reside en la fuerza de la ciudad, como su transporte, número de habitaciones de hoteles, la seguridad”, apuntó a Efe Michio Sawasaki, director de planificación de Tokio 2020.
“Mantener lo mejor y mejorar el resto”. Con esta premisa la candidatura nipona ha afrontado su programa para 2020, sabedora de haber incrementado el apoyo de su entusiasta ciudadanía hasta cerca del 75 %, según el sondeo del COI, y de gozar de la solidez económica que ofrece la tercera economía del mundo.
Javier Picazo Feliú