Por Rodolfo Areco - @RodyAreco
No es un cuento, pasó alguna vez lejos de la capital, en un lugar rodeado por una casi impenetrable vegetación cerca de la Ciudad de Eusebio Ayala, en un pueblito de compañía conocido como Kaundy, en donde un grupo niños esperaban con impaciencia que llegaran los sábados de tarde.
Allí un grupo niños esperaba con impaciencia que llegaran los sábados de tarde. El caluroso verano de 1964 y la posibilidad de refrescarse en un cristalino arroyo que pasaba cerca del lugar no hacían cambiar de opinión a los pichones de crack que llegaban hasta el oratorio de San Antonio por algo de emoción.
Los balones de fútbol eran escasos en aquella época, pero Don Catalino Barreto, almacenero del barrio y que a la vez fungía de un voluntarioso catequista en el mencionado Oratorio, no tenía problemas en compartir su preciado bien siempre y cuando “los jugadores” cumplieran con una única condición.
“Primero el catecismo, luego el partido”, todo sea por el fútbol... Así en cada jornada sabatina decenas de niños que vivían en los alrededores se agolpaban para el partido so`o, pero solo los que “religiosamente” asistían a las enseñanzas de Don Barreto podían formar parte del encuentro.
Una oración de “Padre Nuestro”, un “Credo”, un “Dios te Salve” y luego la charla sobre valores familiares para terminar con un intenso juego hasta que se ponga el sol. No faltaba el que quería pasarse de listo y jugar, sin haber cumplido el requisito, pero debía conformarse con mirar sentado.
Este es el Oratorio de San Antonio al que los niños acudían cada sábado.
No sabemos si alguno de estos niños llegó a jugar profesionalmente en la Capital con la camiseta de algún club, pero sí podemos decir, como nos pasó a cada uno, que todos habrán imaginado aquel gol maravilloso para el título mundial de Paraguay.
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