Cuando, el pasado agosto, el bombo de Nyon (Suiza) encuadró al Roma en el grupo C junto a Chelsea, Atlético de Madrid y Qarabag, la gran mayoría de la crítica imaginaba que el conjunto de la capital italiana estaba destinado a una tempranera eliminación.
A priori, Roma no contaba con las armas suficientes ni técnicas ni mentales para pelear con el Chelsea, flamante campeón de Inglaterra, ni con el Atlético, finalista en 2014 y 2016 y semifinalista en la edición de 2017.
Sin embargo, Roma se fue quitando de encima esta condición de Cenicienta de la Copa de Europa a base de sorpresas y pasó la fase de grupos como líder por delante del Chelsea y eliminando al Atlético, que fue tercero y que tuvo que conformarse con la Liga Europa.
Ese pase de ronda, conseguido gracias a resultados impactantes, como el 3-0 endosado al Chelsea en el Estadio Olímpico, perfiló a Roma como posible revelación del torneo, algo que se confirmó también en los octavos de final, en los que triunfó ante el Shakhtar Donetsk.
Un brillante camino europeo que tuvo por delante en los cuartos de final a otro rival prohibitivo: el Barcelona del argentino Lionel Messi, dominador absoluto de la Liga española y hambriento de éxitos europeos tras las últimas dos decepcionantes participaciones.
El duro 4-1 sufrido en la ida del Camp Nou, con dos goles en propia puerta del Roma y graves fallos en fase ofensiva, parecía poner los “créditos finales” en la aventura europea de los “giallorossi”.
Esa goleada fue recibida con gran tristeza en el entorno romano, desilusionado y preocupado por padecer otra goleada en una historia europea que ya fue manchada de forma contundente por una serie de “debacles”.
Los 1-7 sufridos en 2007 contra el Manchester United y en 2015 contra el Bayern Múnich o el 6-1 padecido precisamente contra el Barcelona en la fase de grupos de 2016 seguían fuertes en la memoria del Roma.
Sin embargo, no impidieron al club “giallorosso” regalarse una remontada histórica en el choque de vuelta del Estadio Olímpico, en el que los romanos anularon completamente al Barcelona y le eliminaron gracias a un sólido 3-0.
Los goles del bosnio Edin Dzeko, el italiano Daniele De Rossi y el cabezazo decisivo del griego Kostas Manoas en el 82 desataron la euforia de los casi 60.000 aficionados que llenaron las gradas del Estadio Olímpico.
Fue una hazaña que sorprendió a Europa y que permitió al Roma dejar su fama de Cenicienta para sellar el pase a semifinales como absoluto Matagigantes.
Fue un triunfo de capital importancia para un Roma que encara ahora las semifinales con el Liverpool con máxima confianza en sus opciones y con la voluntad de seguir soñando con una Copa que nunca pudo levantar en sus 91 años de historia.
Tras vengarse de las humillaciones sufridas en el pasado, los romanos quieren ahora tomarse la revancha contra un Liverpool que fue precisamente su verdugo en la única final de la Copa de Europa que disputó el Roma, en 1984.
Ese encuentro se jugó en el Estadio Olímpico romano y vio al Liverpool conquistar su cuarta corona europea tras una intensa tanda de penaltis.