Por Pedro Lezcano y Mathias Melgarejo Salum
Un día como cualquier otro, al suroeste de la capital germana, un periódico matutino anunciaba el novedoso fichaje del poderoso Bayern Múnich alemán.
“Joven promesa de 17 años, delantero, llegado directamente desde Paraguay”, cuentan que describía aquella enorme fotografía como la que habitualmente ilustraban las tapas de las gacetas deportivas.
Quizás nada extraordinario para la afición del fútbol local, a excepción de Daniel Struschka, menudo niño de 8 años cuya vida quedaría marcada para siempre con tal publicación.
¿Roque Santa Cruz? sería la interrogante que el intrépido chico plantearía a su abuelo. “De Paraguay” sería la respuesta casi paterna que automáticamente dispararía un cariño inexplicable.
COMENZABA UNA AFICIÓN ÚNICA. Con aquel recuerdo familiar, Struski empezaría una larga travesía hojeando a diario, de atrás para adelante, de adelante para atrás, buscando todo lo que pudiera encontrar y poder sentirse cerca de quien iría a convertirse en su máximo referente dentro y fuera del fútbol.
Daniel confiesa que, en principio, le resultaba dificultoso mirar todos los partidos del Bayern, puesto que la televisión no había llegado muy temprano a su casa y las distancias para ir a las canchas a veces complicaban las posibilidades. No obstante, pronto llegaría el día del vivo y en directo.
Exactamente cuatro años después, ‘El gigante de Baviera’ visitaba al VfB Stuttgart. Desde las tribunas del Mercedes Benz Stadium, ese pequeño alemán comprendería que no era el Bayern el equipo a seguir, sino el delantero número 24, quien en coincidencia marcaba su primer doblete en Europa.
Así, envuelto en lo que podría llamarse una “Roquemanía”, Struschka tomaría distintos vuelos a varios puntos del viejo continente para ver jugar a Roque y, si de por ahí fuera posible, encontrarlo, darle un abrazo y registrar tal irrepetible momento.
La primera vez se daría en el 2009, con el atacante militando en las filas del City. “Ese día sentía muchos nervios, pero luego todo fue mejorando”, confiesa en un acentuado inglés medio germano uno de los protagonistas de esta historia.
EN LAS BUENAS Y EN LAS MALAS. En el 2011 Santa Cruz volvería al Blackburn. Contento, Daniel preparó la camiseta y salió con todo hacia donde tocara poder verlo.
Por desgracia, llegando a la ciudad se encontró con que Roque había contraído una lesión en la fecha, perdiéndose el próximo encuentro previsto. Él no lo podía creer, pero con la misma emoción: asistió a la sesión de fisioterapia.
Foto: Daniel Struschka
Eso hasta que en marzo del 2014 una nueva oportunidad llamaría a la puerta, esta vez, con sede en Málaga (España). Para alegría de ambos, Roque anotaría el solitario tanto de la victoria ante el Valladolid y días después volvería a mojarla, pero en Champions. ¡Una semana inolvidable!
LA DESPEDIDA. Dos años después, en noviembre del 2016, en conferencia de prensa, Santa Cruz anunciaría su retiro de la Albirroja. Struschka siguió el evento con las facilidades de la internet y un día como cualquier otro sintió que la despedida estaba cerca.
Pasaporte, ahorros a la vista, cámara lista, esta vez la aeronave trazaría un recorrido mucho más largo. Próximo destino, el Silvio Pettirossi, la Villa Olimpia, las horas aguardando a las afueras del centro de entrenamiento y click-flash para el recuerdo. Podría ser la última.
Sin embargo, inspirado en la posibilidad de disputar la Copa Libertadores, Roque no tiró la toalla y, en contrapartida, prolongó la carrera hasta que el cuerpo diga basta.
Tal vez las cosas no se dieron compitiendo afuera, pero en casa ‘la punta de lanza’ tomó la posta y lideró al Rey hasta lograr su estrella número 41.
Ahí, desde las tribunas del estadio Manuel Ferreira, en lo que fue el epílogo del Clausura, el ahora joven ingeniero electrónico comprendería que no era el Olimpia el equipo a seguir, sino el delantero número 24 quien en coincidencia marcó el primer gol de la jornada.
Foto: Mathias Melgarejo Salúm