El día que abandonó el “Hotel Salud”, en donde estuvo confinado los últimos 14 días cumpliendo la medida impuesta a los compatriotas que ingresan del exterior en esta época de pandemia de coronavirus, Antony Silva mantuvo una extensa y amena conversación con D10.
“Cuando uno está en el exterior juega de visitante, no fue fácil, pero hoy resolvimos y disfrutamos estar con nuestra familia y los amigos”, dijo el portero de Huracán antes de ser transportado mentalmente a los maltratados terrenos de las inferiores de Cerro Corá en donde aprendió los primeros preceptos de esta disciplina.
A 20 años atrás, el asunceno de 36 años de edad, rememora sus orígenes bajo los tres palos. “Tuve la fortuna y la bendición de debutar muy joven en el puesto, a los 16 años, ya tenía decidido la posición. Siempre arquero. Es una posición que te tiene que gustar, no es para cualquiera, tenés que tener carácter para soportar muchas cosas”, refirió.
“Si hoy soy lo que soy, o lo que mi familia tiene, es gracias a ese inicio en Cerro Corá”, agradeció. El portero aprovechó “un espacio pequeño”, como él lo calificó, para fortalecer su crecimiento profesional, a tal punto de despertar el interés de Libertad.
En Tuyucuá fue preso de los pecados propios de la juventud. “Era un niño, prácticamente. Me tocó debutar y jugar con equipos de primer nivel. Después no pude mantenerme, porque era un pendejo que no supo aprovechar sus oportunidades”, exteriorizó su ‘mea culpa’.
Y así llegó el momento de sufrir en carne propia la crueldad del oficio, que solo daba chances a uno solo. Fue suplente de Justo Villar, e incluso apuntó que llegó a la Huerta más competencia. La espera se hizo eterna y además el presidente Horacio Cartes le pidió “tomar una decisión”.
Antony armó sus maletas en búsqueda de continuidad, pero sin saber se volvería un nómada. “Duraba seis meses en cada club”, puntualizó. En cinco temporadas tuvo igual cantidad de equipos: General Caballero, 2 de Mayo, Tacuary, Talleres (Argentina) y Marília (Brasil).
LA DECISIÓN QUE CAMBIÓ TODO. No obstante, una conversación con Francisco Arce cambió todo, en el 2010. “Me abrió las puertas para reencontrarme con mi carrera. Me dijo: ‘vení, jugá un año, rompela y después vamos a ver qué es lo que vos querés’. Me fui a Rubio Ñu, casi salimos campeones y ahí comenzó una carrera de nuevo”, recordó el ex 3 de Febrero.
Su estabilidad y rendimiento rindieron frutos. Firmó por el Deportes Tolima e inició un viaje inolvidable por Ibagué y, más tarde, por Medellín, en el DIM. “Fui a Colombia y se dio todo. Son lugares a los que les debo un montón. Independiente a lo deportivo, uno va siempre a lo emocional, porque son lugares que me han aceptado tan bien en todo sentido”, remarcó.
Fue en ese entonces, ya en el 2016, que el sueño de niño tocó la puerta de su tranquilidad. Y solamente por el club de sus amores, por Cerro Porteño, con el que ganó su único título profesional un año más tarde, podría desbaratar los planes.
El internacional albirrojo puso rumbo a Barrio Obrero. “Realmente no podía pasar esa oportunidad. Cuando me llamó Juan José (Zapag) para ir a su oficina fue el momento más emotivo. Por todo”, aseguró el arquero para quien en su época de formación, “el hecho de ganarle a Cerro era un disfrute total”.
Las razones eran el escudo, el grupo de amigos, la satisfacción del triunfo y la idea de convencer a algún dirigente para llevarlo a la Capital del Sentimiento. “Era un lugar en donde uno quería estar. Uno desde los 14 años quería jugar en ese equipo, pero nunca sabés si vas a llegar. Me fui y firmé con gusto. Y no me arrepiento de nada”, sentenció.
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