Considerado como el templo del fútbol brasileño, el Estadio Mario Filho, conocido popularmente como Maracaná, es hoy un esqueleto de cemento que sufre los efectos de la falta de cuidado y mantenimiento, tanto en el césped como en la grada y en su interior.
El abandono quedó evidente a inicios de año, cuando se conoció que aprovechando los pocos guardias de seguridad que hay en el recinto, unos ladrones robaron dos televisores y los bustos de bronce del periodista Mário Filho, que da nombre al estadio, y del exalcalde de Río de Janeiro Mendes de Moraes, así como mangueras y extintores de incendio.
Esta semana, la Justicia ordenó cortar la luz del estadio por el impago de las facturas de los últimos cinco meses, que suman unos 3 millones de reales (unos 950.000 dólares).
El Maracaná sufre las consecuencias de la gran red de desvíos en la petrolera estatal Petrobras, el peor escándalo de corrupción de la historia de Brasil.
Muy lejos quedan ahora la final de la Copa Confederaciones de 2013, la final del Mundial de fútbol de 2014 o las ceremonias de apertura y clausura de los Juegos Olímpicos y de los Paralímpicos, así como las finales masculina y femenina del torneo.
El Maracaná en estado de abandono. Foto: EFE
Los problemas comenzaron tras finalizar los Paralímpicos.
Entonces el Comité Olímpico de Río 2016 devolvió el estadio al consorcio encabezado por Odebrecht, una de las empresas salpicadas por la corrupción en Petrobras, tras haberlo administrado entre marzo y noviembre pasado.
El consorcio Maracaná SA, que había invertido cerca de 400 millones de dólares entre 2010 y 2013 para remodelarlo completamente de cara al Mundial y los Juegos Olímpicos, aseguró que había varios desperfectos y que no quería hacerse cargo de su reparación.
Aunque una decisión judicial a mitad de enero obligó al consorcio a reasumir el estadio bajo una multa de 63.000 dólares diarios si incumple la resolución, nada ha cambiado, salvo una mayor deterioro.
Maracaná es a día de hoy un estadio invadido por gatos, con el césped impracticable tras meses sin cuidado, con sillas arrancadas, cables cortados y un sinfín de obstáculos que impiden que vuelva a ser utilizado, para desesperación del Fluminense y el Flamengo, los dos clubes que lo tienen como casa.
Pese a que no se puede entrar en el estadio ni visitar el museo que alberga en su interior, centenares de turistas llegan al Maracaná diariamente para tomar fotos delante de la estatua de Hilderaldo Bellini, capitán de la selección brasileña que ganó por primera vez el Mundial en 1958.
Muchos de los turistas que se acercan al estadio no son informados de que está cerrado y no podrán acceder al recinto.
“La verdad es que no sabía que estaba cerrado. Es una pena que un estadio como este esté apagado, con el símbolo que es para el fútbol. Los argentinos somos muy futboleros y conocemos el Maracaná, es una pena no poder verlo”, dijo a EFE el porteño Alejando Farjad.
Su compatriota Ricardo Labrabure tampoco sabía del cierre.
“Ahora, cuando venía para acá me lo comentaron. Es una decepción, yo quería entrar”, apuntó, y criticó que en los hoteles y en las operadoras turísticas “no había mucha información sobre eso”.
Quienes no se quejan del cierre son los vendedores ambulantes, que precisamente se aprovechan del desconocimiento de los turistas que llegan al estadio sin saber que no lo podrán visitar.
El argentino Carlos Molinas tiene una réplica de la Copa del Mundo con la que los turistas se fotografían delante del estadio, donde trabaja desde el Mundial de 2014.
“Viene mucha gente pensando que está abierto, incluso en la página web sigue poniendo que está abierto, y luego se llevan una decepción al ver que está cerrado”, comentó a EFE.
Molinas sigue haciendo negocio porque hay “un promedio fijo de grupos cerrados” de turistas que continúan visitando el Maracaná.
En la misma línea se pronunció el brasileño Claudio Lopes, quien hace más de 30 años vende “souvenirs” en las afueras del estadio.
“Está abandonado pero aquí afuera no nos afecta, los turistas vienen para visitar la estatua de Bellini”, apuntó sin dejar de críticar la situación en la que se encuentra ‘el templo’.
“Por dentro parece una casa de terror. Es una vergüenza, principalmente con el carioca”, concluyó Lopes. EFE